domingo, 13 de junio de 2010

DOSSIER 7. LA PERSONALIDAD NEURÓTICA EN LA CULTURA OCCIDENTAL

La neurosis es la manera anormal en que algunos individuos resuelven sus conflictos, ocasional o crónicamente. Sin necesidad de conocer la estructura de la personalidad se reconoce enseguida por cierta rigidez en las reacciones del neurótico (ausencia de flexividad que nos permite a todos obrar dependiendo de la situación y las circunstancias) y una estimable discrepancia entre las capacidades del individuos y sus realizaciones (normalmente el neurótico tiene la impresión de que él mismo es un obstáculo en su propio camino). El factor que desencadena el proceso neurótico es la llamada angustia, siendo a su vez la razón por la que se mantienen las reacciones neuróticas. El neurótico no sólo comparte los temores comunes a todos los individuos de una cultura, sino que sufre además otras angustias distinguidas por su cantidad o calidad de las correspondientes a su cultura, y que obedecen a ciertas condiciones propiaas de su vida indiviudal vinculadas a las condiciones generales. El neurótico siempre sufre más que el individuo medio, pues se ve obligado continuamente a pagar un precio desorbitado por sus defensas, precio consistente en el menoscabo de su vitalidad y en la restricción de sus capacidades de realización y de goce, que da lugar a la citada discrepancia. El temor y la defensa a los problemas habituales constituyen unos de los centros dinámicos de la neurosis, pero sólo producen una neurosis cuando discrepan en cantidad y calidad frente a los temores y las defensas normales en la misma cultura. También es esencial a la neurosis la existencia de tendencias en conflito de cuyo contenido preciso el mismo neurótico no se percata y ante las cuales automáticamente procura alcanzar ciertas soluciones de compromiso. Tales soluciones son menos satisfactorias que las obtenidas por el individuo común y establecidas con gran perjuicio para la personalidad total. Resumiendo: La neurosis es una trastorno psíquico producido por temores, por defensas contra los mismos y por intentos de establecer soluciones de compromiso entre las tendencias en conflicto. Debido a razones prácticas sólo conviene llamar neurosis a este trastorno cuando se aparta de la norma vigente en la cultura respectiva.

Los síntomas del neurótico no constituyen la causa de la neurosis; esta regla es básica a la hora de tratar con ellos. El conflicto patógeno se encuentra siempre profundamente oculto en el individuo, hasta tal punto que él mismo lo desconoce. Se puede hacer una tipología aproximativa según los grandes rasgos de las actitudes neuróticas:

- Actitudes frente al dar y recibir cariño. Uno de los rasgos predominantes de los neuróticos en nuestro tiempo es su exclusiva dependencia de la aprobación o el cariño del prójimo. Su desmesurada exigencia de respeto a sus propios requerimientos puede unirse a una falta de no menos cabal consideración por los demás.

- Actitudes frente a la valoración de sí mismo. La inseguridad interior, expresada en esta dependencia de los demás, está provocada por unos característicos sentimientos de inferioridad y de inadecuación que pueden subsistir sin ningún fundamento en la realidad.

- Actitudes frente al problema de la autoafirmación. Si por autoafirmación se entiende el acto de imponerse o de imponer las propias pretensiones sin necesidad de avasallar en el neurótico se obtienen en principio inhibiciones de carácter fuerte. Están inhibidos para expresar sus deseos o para expsar su propio interés u opiniones, críticas justificadas, o dar órdenes; suelen ser incapces de defenderse contra los ataques ajenos o de decir no cuando no están dispuestos a acatar los deseos extraños. También por cierta incapacidad de establecer planes: los neuróticos se dejan llevar cual si flotaran en una corriente.

- La agresividad. Los trastornos de agresividad suelen ser de dos tipos; propensión a ser agresivo y excesivamente dominante, o la opuesta, una actitud superficial de sentirse con facilidad engañado, dominado, despreciado

- La sexualidad. Similar al anterior: o deseos convulsivos de satisfacer la sexualidad o inhibiciones rígidas.

[La angustia] La angustia es el núcleo dinámico de la neurosis. Es el correlato neurótico al miedo sano, es decir, una reacción desproporcionada al peligro, o incluso una reacción ante riesgos imaginarios. Para el neurótico resultan ciertas aquellas palabras de Auden: vivir en el vertiginoso canto (edge) de las cosas: si el miedo se produce ante peligros evidentes y objetivos, la angustia tiene su origen en peligros ocultos y subjetivos. Aunque la persona neurótica no suele conocer las razones de su ansiedad la intensidad de la angustia es proporcional al significado de la situación que tenga para el enfermo. Por eso es posible sufrir angustia sin saberlo. Hay muchas maneras de hacerse cargo de la angustia para el neurótico: en muchas ocasiones suele ir acompañada de una enérgica defensa de actitudes irracionales provocadas por una angustia oculta. Por ejemplo, una madre en lugar de sentirse presa de sus emociones de preocupación desmesurada por sus hijos, está convencida de que puede enfrentarse a esa situación de esa manera: en vez de reconocerlo como debilidad, se siente orgullosa de sus altas cualidades. Lo importante es que lejos de reconocer que algo tiene que cambiar en sí misma, puede continuar atribuyendo la responsabilidad al mundo exterior, aplazando la necesidad de encarar sus propias motivaciones. También existe la posibililidad de negar la existencia de la angustia, excluirla de la conciencia. Lo único que entonces se exterioriza son sus concomitancias somáticas, temblor, sudor, taquicardia, sensaciones de sofoco, frecuente necesidad de orinar, diarrea, vómitos, y en la esfera mental una sensación de inquietud, de ser impulsado o paralizado por algo desconocido. También el neurótico puede resolverse conscientemente en superar la angustia. Es el caso del que decide quitarse el miedo a la oscuridad enfrentándose a ella o pasando largos ratos en la soledad. El problema es que en muchas ocasiones se trata de intentos de sobreponerse solo a las manifestaciones de su angustia, dejando al neurótico indefenso frente a la posibilidad de reconocer el motivo último de su angustia. Otro medio de acabar con la angustia es rehuir toda situación, idea o sentimiento capaces de despertarla. Puede aplazar en forma indefinida cualquier situación de un asunto que sin saberlo entraña angustia o bien fingir, es decir, despojar subjetivamente de toda importancia a ciertas actividades inminentes, como participar en una discusión o separarse de una persona... Así una adolescente para quien las fiestas importan el temor de ser desatendida puede evitar ese miedo convenciéndose a sí misma que las reuniones sociales son hipócritas y que no le interesan. En fin, cuando la evitación se produce automáticamente nos encontramos el caso de la inhibición. Consiste en la incapacidad de hacer, sentir o pensar determinadas cosas, y su función es evitar la angustia que se produciría si la persona pretendiese hacerlas, sentirlas o pensarlas. Entonces el sujeto no tiene conciencia de la angustia ni es capaz de superar su inhibición mediante un esfuerzo consciente. Su forma más espectacular y dramática la vemos en las inhibiciones funcionales de la histeria: ceguera, mutismo, o parálisis histérica de un miembro. Para captar las inhibiciones es preciso en primer lugar poder notar los deseos de hacer algo, las ambiciones del enfermo, de manera que puedan notarse sus incapacidades. Por lo general las inhibiciones son vividas por el sujeto neurótico como un hecho inmutable: en muchas ocasiones la amabilidad o la bondad de una persona no son más que el producto de una inhibición provocada por el miedo a ser despreciado. Otra manera de captar inhibiciones es notar las actividades que en enfermo despiertan fatiga o cansancio desproporcionado. La angustia que entrañan algunas actividades acarrearán ineludiblemente un tratorno de esa función. Quien tiene angustia de dar órdenes las dará mal y tímidamente, obstruyendo el proceso de aprendizaje. También la angustia en conexión con una actividad malogrará el placer que ella promueve en otras circunstancias: las relaciones sexuales por ejemplo cumplidas con angustia no provocan el menor placer. Por tanto, el desagrado puede ser a la vez el recurso para evitar y la consecuencia de experimentar angustia, produciéndose un círculo vicioso.

En suma la angustia podrá encubrirse tras sentimientos de malestar físico, como las palpitaciones o la fatiga; hallarse escondida bajo toda una serie de temores que parecen racionales y justificados; ser la fuerza oculta que nos lleva al alcoholismo o a precipitarnos en toda suerte de distracciones. En síntesis, la hallaremos frecuentemente como causa de la incapacidad de hacer o gozar ciertas cosas, y siempre nos encontraremos con ella como factor causal de las inhibiciones. Cuanto más neurótica sea una persona, tanto más impregnada y dominada estará su personalidad por tales defensas y tanto mayor será el número de tareas que es incapaz de cumplir o que ni siquiera se propone acometer, a pesar de que, de acuerdo con su vitalidad, con sus capacidades mentales o con su educación cabría esperar que pudiese realizarlas. Cuanto más grave es una neurosis tantas más inhibiciones sutiles o groseras presentará el individuo.

[Hostilidad] Por lo común el fundamento de la angustia no radica en los impulsos sexuales en sí, sino en impulsos hostiles vinculados a ellos, como la tendencia a herir o humillar al compañero. En rigor, los impulsos hostiles de las más diversas especies constituyen la fuente principal de la mayoría de las neurosis. Todo impulso hostil agudo puede ser una causa directa de angustia si su realización contraría los intereses del propio sujeto. Las angustias de esta especie tienen la misma estructura que las emanadas de fuentes sexuales: obedecen a un impulso convulsivo que, de realizarse, significaría una catástrofe para el propio sujeto. Reprimir la hostilidad significa fingir que todo anda bien absteniéndose de luchar cuando se desearía hacerlo. De ahí que la primera consecuencia inevitable de tal represión sea la de generar un sentimiento de indefensión o la de reforzar un sentimiento preexistente de absoluta carencia de defensa. Es un caso paradigmático por ejemplo la pérdida crítica legítima al reprimir la propia ambición que suele ir emparejada a una intensa hostilidad: de manera que el peor de los parásitos puede ser considerado por el neurótico como su mejor amigo. Los temores que la represión permite superar también pueden ser resueltos manteniendo el dominio consciente de la hostilidad: pero la opción de dominarla o reprimirla no se halla a nuestro alcance, pues la represión es un proceso de tipo reflejo que se produce siempre que en una situación particular nos resulta insoportable admitir que nos anima un impulso hostil. Al reprimir la hostilidad, el sujeto ya carece de toda noción de que es hostil. Ahora bien, la hostilidad separada del contexto de la personalidad y sustraída del dominio del individuo, se agita en éste como un efecto muy explosivo, presto a la erupción y la descarga injustificada. Otra consecuencia de la represión de la hostilidad –además de la descarga en sueños violentos- es que el sujeto registra en sí mismo la presencia de un afecto muy violento que escapa a sus posibilidades de dominio. La primera ficción, la represión, entraña una segunda: el sujeto finge que los impulsos destructivos no surgen de su interior sino de alguna otra persona o cosa exteriores. Lógicamente, la persona sobre la cual se proyectarán estos impulsos hostiles será aquella contra quien estaban dirigidos en su origen. La proyección brinda igualmente al individuo la posibilidad de autojustificarse, pues al intervenir ese proceso no es él quien quiere engañar, robar, explotar y humillar a los demás, sino éstos quienes se proponen hacerle víctima de semajantes maldades. Una esposa por ejemplo que ignore sus propios impulsos de arruinar al marido y esté subjetivamente convencida de que es la más abnegada de las mujeres, en virtud de dicho mecanismo, puede considerar a su esposo como un bruto que no desea otra cosa que engañarla.

La represión ocasiona precisamente el estado característico de la ansiedad: un sentimiento de encontrarse desarmado frente a algo percibido por el sujeto como un peligro insuperable que le amenaza desde fuera. En ocasiones los impulsos hostiles reprimidos no son proyectados a la persona que realmente es su objeto o no bajo el mismo aspecto. Las razones de la tendencia a desconectar la angustia de la persona objeto es que el sujeto perciba la incompatibilidad entre sus sentimientos hostiles y los lazosprevios de autoridad, amor o respeto. La ansiedad puede ser elimiada instantáneamente por uno de los mecanismo defensivos evasivos como experimentar una desmesurada necesidad de dormir o el de entregarse a la bebida. En cualquier caso son muy variables las formas de angustia causa por la hostilidad reprimida. Un cuadro de sus posibilidades podría ser

El peligro se considera dirigido contra uno mismo

El peligro se considera dirigido contra los demás

El sujeto siente que el peligro proviene de sus propios impulsos

La hostilidad se orienta contra el sujeto mismo: fobia al impulso de precipitarse al vacío desde las alturas

El peligro se origina en los propios impulsos pero es dirigido contra los demás: fobia al impulso de herir a alguien con un puñal

El peligro es percibido proveniente del exterior

El peligro se origina en el exterior y se dirige contra uno mismo: miedo a las tormentas

El peligro se origina en el exterior y dirigido contra los demás: ansiedad de las madres preocupadas por pretendidos peligro de los hijos

Cuatro tipos de angustia originada no por el temor de los propios impulsos o peligros exteriores sino por el temor producido por esos impulsos reprimidos. Cada vez que se hable de angustia o manifestaciones de ella hay que plantearse dos sencillas cuestiones: ¿qué punto sensible ha sido herido, generando la consiguiente hostilidad? ¿Qué factores explican la necesidad de represión?

[Estructura básica de la neurosis] La estructura básica de la neurosis es la retroalimentación. Toda angustia que provoca inhibiciones ha sido provocada por una hostilidad anterior. El factor nocivo básico, se puede uno retrotraer hasta la infancia, es la falta de auténtico cariño y afecto. El motivo general de que un niño no reciba el cariño debido es la propia incapacidad de los padres para dar afecto, por impedírselo su propia neurosis. La ausencia fundamental de cariño se disfraza hábilmente, pretendiendo los padres que sólo les preocupa el bienestar de sus hijos. La sobreprotección o la abnegación de una madre “ideal” son los agentes básicos de cierta atmósfera que más que cualquier otra cosa echa los gérmenes de ulteriores sentimientos de profunda inseguridad. A su vez esta inseguridad produce falta de espontaneidad emocional, que es un elemento esencial en los celos neuróticos, junto con el espíritu de competencia. En cualquier caso se produce una relación cuyo motor de las inhibicioens es el miedo: tengo que reprimir mi hostilidad porque te necesito, o debo reprimir mi hostilidad porque te tengo miedo, o por miedo a perder tu amor. El un niño se conjugaría así: tengo que reprimir mi hostilidad porque de lo contrario sería un niño malo. Cuanto más incubra su hostilidad hacia los padres adaptándose a sus actitudes más proyectará su angustia al mundo exterior llegando a convencerse a sí mismo de que el mundo entero es peligroso y terrible. Este tipo de resentimiento reprimido es exactamente el mismo que el de una mujer desigual ante su marido que le aventaja en capacidad intelectual, adquisitiva, y de relaciones sociales que juzga satisfactorias. En todos los casos los neuróticos son ineptos para enfrentarse con la existencia y la naturaleza del conflicto y, por eso, también lo son para adoptar una decisión. La forma general de la angustia es entonces un sentimiento de ser pequeño e insignificante, de estar inerme y abandonado al peligro, librado en un mundo dispuesto a engañar, agredir, humillar, traicionar o envidiar. Un individuo sano ha padecido la mayoría de experiencias desgraciadas a una edad en que fue capaz de asimilarlas, mientras que el neurótico las sufrió cuando aún no le era posible dominarlas, y debido a su indefensión reaccionó a ellas con angustia. Constituyó un debilitamiento en la propia autoconfianza, y estableció el germen de un conflicto potencial entre el deseo de confiar en los demás y la incapacidad de abandonarse a esta inclinación, a causa del profundo recelo y hostilidad que se profesa hacia ellos. Implica también que por su debilidad intrínseca la persona siente el deseo de echar toda la responsabilidad sobre los demás, de ser protegida y amparada, mientrass que la hostilidad básica la torna harto desconfiada para ceder a este deseo. Por último, su invariable resultante es que el sujeto se ve constreñido a dedicar la mayor parte de su energía a recuperar la tranquila seguridad perdida. Cuando más intolerable sea la angustia más completas las medida contra ella. En nuestra cultura los recursos habituales para evitar la angustia son el cariño, la sumisión, el poderío y el aislamiento. Los dos primeros se logran inhibiendo todos los impulsos hostiles que el neurótico considera pueden amenazar su estabilidad emocional y los dos últimos inhibiendo los sentimientos de dependencia. Los dos grupos no son incompatibles. La independencia puede ser conseguida con la acumulación de bienes (entonces la angustia impide el goce de su posesión) o frente a los requerimientos internos: entonces el neurótico se desvincula del prójimo de manera que nadie pueda defraudarle, evitando toda exigencia afectiva. Una expresión de este desligamiento puede ser la actitud de no tomar nada en serio, ni a uno mismo. Los intentos de protección contra la angustia básica son impuestos solo por el impulso de alcanzar el sentimiento de seguridad. El sentimiento de seguridad es un requerimiento de cualquier persona. La neurosis aparece si un conflicto que amenaza la seguridad provoca angustia y si los intentos de aliviarla despiertan, a su vez, tendencias defensivas que resultan en muchos casos incompatibles entre sí.

[La necesidad neurótica de afecto] El impulso de búsqueda de afecto es natural, pero puede ponerse al servicio del reaseguramiento contra la angustia y al asumir esta función protectora cambia para ser algo totalmente distinto. En primer lugar el deseo directo de lograr una satisfacción afectiva suele estar acompañado de una actitud espontánea y discriminatoria. En cambio si la provoca el intento de rehuir de la angustia la actitud que la acompañar es compulsiva y no discriminatoria. Además la via de búsqueda de seguridad puede llevar consigo una necesaria descarga de hostilidad acumulada. Lo que vive el neurótico es bien distinto a lo que pasa en realidad: él considera que quiere muy poco, solo que la gente sea amable con él, que comprenda que es un alma pobre, inofensiva y solitaria, ansiosa de agradar y no herir la sensibilidad ajena. No se percata en cambio a qué punto su hipersensibilidad y hostilidad latente y sus rigurosas exigencias entorpecen sus propias relaciones sociales y tampoco es capaz de advertir el efecto que produce en los otros o las reacciones de éstos frente a él. Sin saberlo, el neurótico se halla preso en el dilema de ser incapaz de amar y a la vez de necesitar premiosamente el amor de los demás. El neurótico suele estar permanentemente en guardia con los demás, que experimenta como un menosprecio el menor interés dedicado a otros, que interpreta cualquier solicitud como un insoportable urgimiento, o toda crítica como una humillación. Para el neurótico el amor se tratoca en una búsqueda de afecto donde el sentimiento primario no es este sino el impulso de recuperar su seguridad: la ilusión de amar solo es secundaria. Si alguien requiere del afecto de otro para asegurarse contra su angustia, casi nunca lo notará conscientemente, pues ignora que se halla dominado por la ansiedad y que, en consecuencia, busca de forma desesperada cualquier modo de cariño a fin de recobrar la seguridad perdida. Por ejemplo, el fácil rechazo que sobreviene cuando la persona amada no atiende algún deseo del sujeto, denuncia que no nos encontramos ante un consciente sentimiento de genuino cariño. Así, una esposa puede estar interiormente persuadida de su profunda devoción por el marido, y no obstante mostrarse resentida, quejándose o deprimiéndose cuando el cónyuge dedica su tiempo al trabajo, a otros intereses o amistades. Los neuróticos cuyo mecanismo de defensa consiste en el anhelo de recibir afecto, difícilmente se percatarán de su incapacidad para amar. La mayoría confunde su necesidad del prójimo con una presunta disposición al amor. Una imperiosa razón los lleva a sustentar y defender tal ilusión, pues abandonarla implicaría revelar el dilema de sentirse a la vez básicamente hostiles contra los demáss, y muy necesitados de su afecto. No es posible despreciar a una persona, desconfiar de ella, querer destruir su felicidad o su independencia, y a la vez ansiar su afecto, su ayuda y su apoyo. A fin de conseguir ambos objetos es preciso mantener la disposición hostil estrictamente apartada de la conciencia. Por otro lado, si bien le es dable obtener el cariño solicitado, en realidad es incapaz de aceptarlo. Cualquier muestra de afecto puede suministrarle al neurótico una tranquilidad superfecial o hata una sensación de felicidad, pero en lo más profundo esas manifestaciones chocan con su desconfianza o desencadenan resistencia y ansiedad. No cree en ellas porque está firmemente persuadido de que nadie podría amarle jamás: sentimiento que muchas veces se convierte en una convicción consciente e inconmovible por las experiencias reales contrarias a él. También puede disfrazarse en una actitud de indiferencia, de ordinaria dictada por el orgullo, y en ese caso es probable que su revelación tropiece con no pocos obstáculos. La convicción de ser indigno de amor se vincula íntimamente con la incapacidad de sentirlo y en realidad es un reflejo consciente de ésta. Quien sea capaz de encariñarse de verdad con otro, tampoco abrigará la menor duda de que los demáss pueden sentir por él idéntico cariño. Si la angustia es realmente profunda, todo afecto brindado provocará desconfianza y al punto se supondrá que obedece a intereses ocultos. Los neuróticos reaccionan como si ceder a un sentimiento implicase quedar cautivo en una telaraña, o como si confiar en el cariño equivaliera a abandonar toda prudencia entre salvajes antropófagos. Un neurótico inclusive puede experimentar un auténtico terror cuando se halla a punto de comprender que alguien le ofrece sincero cariño o amor. Las muestras de afecto por tanto son capaces de despertar temor a la dependencia. Se eluden con ese motivo las reacciones emocionales positivas de cualquier índole, pues éstas de inmediato acarrearían el peligro del sometimiento. La situación podría ser como la de una persona que muriéndose de hambre no osara tocar la comida que se le brinda por miedo a que estuviese envenenada. Por tanto la misma situación que configura la necesidad impide su satisfacción.

La necesidad infantil y la neurótica solo tienen en común la indefensión. Las precondiciones son muy diferentes: angustia, sentimiento de ser indigno de amor, incapacidad de confiar en afecto alguno y hostilidad contra todo el mundo. Además cada vez que alguien es impulsado por intensa angustia el resultado ineludible es su carencia de espontaneidad y flexividad. Hay mujeres que su angustia les lleva a tener siempre un hombre junto a ellas; suelen entablar amoríos, para interrumpirlos al poco tiempo sintiéndose de nuevo infelices para iniciar de nuevo un enredo. Los conflictos que estas relaciones acarrean y su carácter poco satisfactorio demuestran que no se trata de un genuino anhelo de lazos amorosos. Tales mujeres recurren indistintamente a cualquier hombre, movidas por el solo deseo de tenerlo próximo, sin encariñarse con ninguno. De ordinario, ni siquiera logran satisfacción física. Las formas más comunes de búsqueda de cariño consisten en una actitud de sumisión o de dependencia emocional. La actitud de complacencia y sumisión puede llegar a tales extremos que el neurótico no ahogue en sí todo impulso agresivo, sio también sus tendencias de autoafirmación, dejando que abusen de él y haciendo todos los sacrificios imaginables, por más perjuicios que lleven consigo. Esta sumisión suele ocultar un resentimiento oculto. A la persona dependiente le ofende su misma esclavitud, por tener que someterse, pero sigue haciéndolo ante el temor de perder el otro. Ignorando que es su propia angustia que crea ese estado, fácilmente llega a suponer que tal sumisión le ha sido impuesta. El resentimiento así suscitado forzosamente debe reprimirse, pues el sujeto experimenta la insuperable necesidad de obtener el afecto ajeno, mientras que esta represión engendra a su vez nueva angustia, con la consiguiente apetencia de un nuevo reconfortamiento. En ocasiones después de haber soportado varias experiencias dolorosas a partir del sometimiento, puede luchar ciegamente contra todo lo que exhiba la más ligera semejanza con la dependencia. La angustia puede ser tan intensa que puede satisfacerse con que no se les haga sufrir ningún daño, viviendo un verdadero apartamiento del mundo.

En términos básicos el neurótico sabe de un modo inconsciente que se halla lleno de hostilidad y de exigencias desmedidas y por consiguiente tiene el comprensible y justificado temor de que el objeto pueda retirarse, si esa hostilidad llegase a salir a la luz. El sometimiento a su vez puede trocarse fácilmente en independencia de cualquier afecto y aislamiento. Todas las características de la necesidad neurótica tienen en común el hecho de que las propias tendencias conflictuales del neurótico le cierran la vía hacia el cariño que necesita.

[Maneras de lograr afecto] Quien tema una probable rechazo se cuidará de hacer requerimientos amorosos a la persona amada mientras no esté absolutamente seguro de no sufrir una negativa. Esto puede llegar a tener la forma de un círculo vicioso: tanto cariño necesito tanto miedo al fracaso, y por tanto más impedimentos para demandarlo. La cadena podría ser así: angustia –exagerada necesidad de cariño –demanda de amor incondicional –sentimiento de ser despreciados si tales demandas no se cumplen –reacción de hostilidad intensa frente al rechazo –necesidad de reprimir tal hostilidad ante el temor de perder el afecto –tensión debida al resentimiento reprimido –angustia exacerbada –necesidad aumentada de recuperar la seguridad... La formación de los círculos viciosos es el principal motivo de que las neurosis graves tiendan a empeorar aunque las condiciones externas no hayan cambiado. Hay varias maneras de demandar el cariño pero en cualquier caso el neurótico se encuentra ante la necesidad de legitimar una demanda de cariño que habitualmente es natural. La primera forma es el soborno: te amo entrañablemente, por lo tanto debes amarme y abandonarlo todo en aras de mi amor. La segunda forma es la piedad: debéis amarme pues sufro y estoy indefenso. El tercero es la demanda de justicia: He hecho algo por tí, qué harás tú por mí. En nuestra cultura por ejemplo las madres suelen señalar cuánto han hecho por sus hijos y que, por consiguiente, les asiste todo el derecho a exigir su inagotable devoción. En ocasiones el neurótico puede llevar una contabilidad mental, adjudicándose en ella extraordinario crédito por sacrificios inútiles, como de pasar una noche en vela. Este tipo de demanda suele ser muy servicial: el neurótico hace por los demás cualquier cosa desproporcionada cuando tiene oportunidad. La hostilidad suele ocultarse en la demanda reparar un daño que se le ha hecho. Una mujer por ejemplo enferma al conocer la infidelidad de su marido pero no le hace reproche alguno. No obstante su enfermedad entraña una especie de reproche viviente, destinado a suscitar sentimientos de culpabilidad en el marido y a predisponerle a que le consagre toda su atención. Puede darse el caso de que la mujer no sea consciente de esa actitud vengativa*.

[El afan de poderío, fama y posesión] Conquistar cariño significa obtener seguridad mediante un contacto estrecho con los demás mientras que el anhelo de poderío, fama y posesión implica el fortalecimiento a través de cierta pérdida de contacto y de cierto reaseguramiento de la propia posición. El afán normal del podería nace de la fuerza; el neurótico de la debilidad. Sirve de resguardo contra la indefensión. Al neurótico le repugna tanto lo que tiene como la más remota apariencia de desvalidez o debilidad, que rehuirá situaciones muy corrientes en la persona normal. El afan neurótico de posesión sirve como protección contra el riesgo de sentirse o de ser estimado insignificante, forjándose una noción rígida e irracional acerca de su poder, que lleva a persuadirle de que es capaz de superar cualquier situación. Primeramente el neurótico deseará subyugar a los otros tanto como a sí mismo. Si ha de reprimir su deseo de dominación, puede llegar a sufrir trastornos físicos cada vez que alguien arregle unacita con otros amigos o se atrase de forma inesperada. Las personas de este tipo tienden a querer hallarse siempre en lo cierto y se irritan con facilidad cuando se les prueba que no tienen razón, aunque se trate de detalles nimios. La preeminencia que conceden al dominio de sí mismos se refleja en su reticencia a abandonarse a un sentimiento. Todo ha de hacerse como él quiere, y tal insistencia suele convertirse en irritación si los demás no cumplen con exactitud lo que guarda de ellos o si no lo hacen en el preciso momento. El neurótico casi nunca se percata sin embargo de su postura autoritaria. En lugar de convenir que sufre una reacción de angustia ante la falta de cumplimiento absoluto de sus deseos, casi siempre desmesurados, lo interpreta como prueba de que no es querida. El afan de prestigio también es un recurso contra la indefensión. Experimenta la perentoria necesidad de impresionar, de ser admirado y respetado. Suele tener fantasías de deslumbrar a los demás con su belleza, su inteligencia o con alguna hazaña notable, derrocha el dinero con ostentación, saber conversar acerca de los libros más recientes y de los últimos extrenos. Con frecuencia ni siquiera se percata de que se siente degradaado, pues ese reconocimiento le resultaría excesivamente dolorosos. Pero cuando lo experimenta reacciona con ira. El resguardo contra la humillación o la insignificancia puede lograrse mediante el afan de posesión, ya que la riqueza otorga a la vez poder y prestigio. El carácter defensivo de tal impulso se traduce en la incapacidad de aprovechar para el goce personal el dinero conseguido. No siempre aparece como abierta hostilidad contra los demás, sino que puede estar disfrazada bajo modalidades socialmente valiosas o humanitarias, en las actitudes de dar consejos, de dirigir asuntos ajenos. En el caso de que esos consejos sean desatendidos suele haber arranques de ira desproporcionados, incluso ante meras diferencias de opinión. La rabia despertada por la oposición puede ser reprimida y la hostilidad reprimida es susceptible de tener po consecuencia renovada angustia, y ésta a su vez de traducirse en depresión o fatiga. Es característico de las situaciones en que el neurótico domina autoritariamente que nunca se beneficie con los sacrificios que se le prodigan, sino que responde con renovadas quejas y exigencias, o con acusaciones de que se descuida o abusa de él. En las personas en quienes predomina el afán de prestigio la hostilidad adopta por lo común la forma de una inclinación a humillar a los demás. Esto puede llegar a formar un círculo vicioso porque las tendencias a humillar están profundamente reprimidas en virtud de que el neurótico sabiendo por experiencia propia cuánto dolor y rencor causa la humillación, intuitivamente teme estas reaccioes en los demás. Esta represión provoca un deseo exaltado todavía mayor de humillar a los demás. Las inhibiciones que resultan de la sensibilidad a la humillación generalmente se presentan a modo de una necesidad de evitar todo cuanto podría parecer afrentoso para los demás; estos neuróticos no son capaces por ejemplo de criticar, rehusar una oferta o despedir a un empleado. En ocasiones la tendencia a humillar suele esconderse tras la tendencia a admirar. Puesto que inflingir humillaciones y dedicar admiración son actitudes diametralmente opuestas, la última ofrece el mejor arbitrio para anular o encubrir las tendencias hacia la primera. En el afan de posesión sin embargo la hostilidad suele asumir la forma de una tendencia a despojar a los demás. Aunque esta tendencia no aparezca en formas tan destructivas, toda madre que obre según la creencia de que el niño sólo existe para procurarle satisfacciones está condenada a explotar emocionalmente a su hijo. Las personas de este tipo no se dan cuenta de que despojan a los otros premeditadamente pero la angustia que tal impulso les acarrea puede producirles una inhibición cuando se espera algo de ellos; así olvidan comprar un regalo prometido o se tornan impotentes cuando una mujer cede a sus requerimientos. Sin embargo esta ansiedad no siempre conduce a una verdadera inhibición; también puede evidenciarse como temor amenazante d estar explotando o despojando por los demás, cosa que por cierto hacen, aunque concienzudamente rechazarían semejante intención. Otra frecuente derivación de la tendencia neurótica a despojar y explotar al prójimo es su ansiedad ante la idea de ser engañado o explotado a su vez.

Protección contra

Fines

Hostilidad expresada

Inhibición

Indefensión

Poderío

Tendencia a dominar

Incapacidad para requerir lo justo o criticar, pusilanimidad

Humillación

Prestigio

Tendencia a humillar

Admiración, condescendecia

Pobreza

Posesión

Tendencia a despojar a los demás, avaricia

Reservas de estar explotando, conciencia de ser explotado

[El afán neurótico de competencia] En nuestra cultura el afan de competencia neurótico discrepa respecto del normal: el neurótico siempre se valora a sí mismo en comparación con los demás, inclusive en circunstancias inadecuadas. Aunque piense en términos de comparación sus fines son siempre superlativos. Puede tener plena noción de ser impulsado por una ambición insaciable, pero con mayor frencuencia la reprime totalmente o la encubre en parte. Como su excesiva ambición los lleva a esperar demasiado, no lograrn compartir sus objetivos; de ahí que fácilmente se sientan descorazonados y defraudados y bien pronto abandonen sus empresas para empezar otras. Hasta un triunfo puede constituir para ellos una frustración al no satisfacer totalmente su desmesurada expectativa. Su persistencia a la desilusión es uno de los motivos que la hacen incapaz de gozar su éxito.

La hostilidad es inherente a toda competencia intensa, ya que la victoria de un competidor implica la derrota de otro. Su éxito tiene gran importancia para él, pero a causa de sus enormes inhibiciones ante el éxito el único camino que le queda abierto es el de ser –o sentirse- superior, aniquilando, rebajando a los demás a su propio nivel, o por debajo de éste. Los impulsos de vencer a sus semejantes entrañan intensa angustia, pues el neurótico automáticamente supone que los demás se sentirán ante la derrota tan ofendidos y recorosos como él mismo está. En las relaciones amorosas la tendencia a humillar a la pareja y a querer siempre a mujeres inferiores a su categoría. El origen de esta neurosis está en la infancia, en el trato con su madre: se sintió humillado en muchas ocasiones y a la que en un desquite quiso humillar, pero debido a su temor oculto hubo de esconder estos impulsos tras una exagerada devoción, fenómeno éste que sule calificarse como fijación.

Las dos formas más claras de encubrir los impulsos rebajantes son la admiración o la intelectualización por el escepticismo. Los hombres que desean herir a su mujer suelen endiosarla en secreto. Las mujeres que trata inconscientemente de frustrar o humillar al hombre, tienden a la adoración del héroe. Una mujer puede amar a su marido debido a su éxito, pero por otro le odia a causa de ello: quiere destruirlo pero se inhibe porque quiere participar de ese éxito. La manera en que se manifiesta el rencor suelen ser rencillas enervantes, o minando su autoconfianza con perversas actitudes desdeñosas. Esas actividades destructivas pueden conservarse bajo el disfraz de amor y admiración.

Por otro lado el afán destructivo de competencia puede estimular en dos formas las tendencias homosexuales: impulsa a uno de los sexos a separarse totalmente del otro, a fin de evitar la competencia sexual con sus semejantes: luego la angustia engendrada requiere que se apacigüe y dicha necesidad de afecto reconfortante constituye muchas veces el motivo de asmiento a una pareja de igual sexo.

[El abandono de la competencia] El neurótico sigue dos rumbos incompatibles entre sí: una agresiva tendencia al “nadie más que yo” y a la par un desmesurado afán de ser amado por todos. Tal circunstancia de sentirse preso entre la ambición y la necesidad de afecto constituye uno de los conflictos centrales de la neurosis. Como la solución a este conflicto es imposible el neurótico solo puede hacer dos cosas: o justificar continuamente sus impulso de dominación y la amargura de su fracaso o refrenar sus anhelos. Entre las múltiples manera de abandonar la competencia quizá la más importante sea la que el propio neurótico crea en su imaginación, al establecer tal inferioridad frente al real o supuesto competidor, que toda pretensión del triunfo le parece absurda, siendo por lo tanto inmediatamente eliminada de la conciencia. La importancia reside en que al disminuirse mentalmente a sí mismo, colocándose por debajo de los demás, el neurótico reprime sus ambiciones, consiguiendo aplacar la angustia que trae emparejado su afán de competición. Si una persona temerosa de su ambición sueña ser derrotada, esto no significa un deseo de fracasar, sino la preferencia de este como mal menor. El neurótico sabe en lo más recóndito de su ser que posee tendencias antisociales que necesita ocultar; que sus actitudes están lejos de ser genuinas; que sus pretendidos sentimientos son muy distintos de las corrientes subterráneas que le animan. Por eso en el neurótico siempre hay una divergencia entre la capacidad potencial y las realizaciones. Su autovaloración puede oscilar por tanto entre el sentimiento de completa inutilidad y el de preminencia en un instante. El círculo vicioso es: angustia –hostilidad –disminución de autoaprecio –afán de poderío y de valores análogos –refuerzo de hostilidad y de la angustia –tendencia a abandonar toda competición (con impulsos concomitantes hacia el menosprecio) –fracasos y discrepancias entre las capacidades y las realizaciones –exaltación de los sentimientos de superioridad (con celosa envidia) –exaltación de las ideas de grandeza (con recelo de la envidia ajena) –exaltación de la sensibilidad (con tendencia renovada a abandonar la competición) –exaltación de la hostilidad y de la angustia, cerrándose el ciclo nuevamente.

[Sentimientos neuróticos de culpabilidad] El neurótico acostumbra explicarse sus sufrimientos con la creencia de que no merece mejor destino. Suelen sentirse culpables aun con el mas leve motivo. Al saber por ejemplo que alguien se interesa por verlos la primera reacción es esperar acusaciones, cuando los amigos no les visitan hace tiempo se preguntan si los habrán ofendido; cuando algo anda mal inmediatamente piensan que fue por falta de ellos. La existencia de sentimientos flotantes de culpa sobre los cuales es preciso ejercer un dominio constante se traduce asimismo en los continuos intentos del neurótico por justificarse ante símismo y ante los demás. Asimismo los sentimientos de culpa despiertan en el neurótico la urgencia de un castigo con el fin de aliviarlos. Los sentimientos de culpabilidad sin embargo pueden no suscitar desagrado en cierta neurosis, cuando lejos de afanarse por eliminarlos, insiste en que es culpable y se opone enérgicamente a todo intento de reivindicarle. En realidad el verdadero arrepentimiento es doloros y más pensos la confesión de ese sentimiento. El neurótico se resisitirá a proceder así, debido a su temor a la reprobación, en cambio no dudará en expresar libremente los sentimientos de culpabilidad. El neurótico tiende a apelar a la más extrema irracionalidad, desde las groseras exageraciones hasta la más flagrante fantasía, no solo en sus autoacusaciones específicas, sino también en sus sentimientos difusos de no ser acreedor a amabilidad, elogio o éxito alguno. En su inconsciente el neurótico no está convencido de ser por completo inútil o indigno. Puede resentirse profundamente si los demás se muestran inclinados a tomar en serio sus autocensuras. La contradicción ante los sentimientos de culpabilidad manifiestos y la falta de humildad siempre van acompañados. Al tiempo que proclama su indignidad, el neurótico abrig y denota grandes exigencias de miramiento y admiración, mostrándose muy reacio a aceptar la más ligera crítica. Su sensibilidad a las críticas es susceptible de disfrazarse bajo la creencia de ser capaz de tolerarlas muy bien, siempre que se las formulen de manera amistosa o constructiva: pero esta creencia es sólo una pantalla y no soporta la prueba de los hechos. Inclusive los consejos más cordiales son recibidos con rabio y furor, pues cualquier consejo implica para el neurótico la crítica de no ser cabalmente perfecto. No son sino expresiones de la angustia o la defensa contra ella. Muchos maridos que fingen ser fieles en su vida conyugal por motivos de conciencia, en verdad lo son por miedo a sus esposas. En el neurótico la angustia es tan intensa que se ve impelido a disfrazarla con sentimientos de culpabilidad mucho más comúnmente que el sujeto normal. A grandes rasgos se trata del miedo a la reprobación, o si este llega a trocarse en convencimiento, como miedo a ser desenmascarado. El neurótico está dominado por desmedido temor o por la hipersensibilidad a los reproches, a que se le critique, acuse o desenmascare. Este temor puede manifestarse de muchas maneras: como miedo de rehusar una invitación, de estar en desacuerdo con algún parecer, de expresar cualquier deseo, de trasgredir las normas establecidas o de llamar la atención bajo cualquier forma. Puede manifestarse también como un persistente temor de que la gente descubra algo acerca de él, y aun cuando se sienta querido, tenderá a replegarsee en sí mismo a fin de impedir la posibilidad de ser desenmascarado o repudiado: igualmente es susceptible de traducirse en una desmesurada reticencia a dar a conocer algo de la vida privada, o en una desproporcionada ira frente a la más inocente pregunta que le ataña, pues siente que con ella se intenta inmiscuirse en sus asuntos. El temor capital a la reprobación es la profunda discrepancia entre la fachada que el neurótico exhibe como propia al mundo y todas las tendencias reprimidas que se encubren bajo ella. Es toda la insinceridad de su personalidad, de la porción neurótica de la misma, la responsable de su temor a la reprobación y es esta insinceridad la que el neurótico realmente teme se descubra. El neurótico no quiere pararse sobre sus propios pies, ni tampoco hacer esfuerzos para lograr por sí mismo lo que desea, antes bien, insiste íntimamente en aprovechar de la vida ajena, o dominando a los demás o utilizándolos mediante el cariño, el amor o la sumisión. Apenas se le señalan sus reacciones hostiles o sus exigencias, se angustia, no porque se sienta culpable, sino a causa de que ve en peligro sus posibilidades de abtener el apoyo que necesita. Al mismo tiempo desea mantener oculto cuán débil e indefenso se siente, cuán poco capaz es de afirmarse a sí misma y cuánta es la angustia que sufre. Por tal razón erige una fachada de aparente energía, pero cuanto más sus anhelos particulares de seguridad se concentran en el dominio del prójimo, cuanto más se vincula su orgullo a la noción de poderío y de fuerza, con tanta mayor profundidad se desprecia. Los sentimientos de culpabilidad con la autoacusación que le acompaña, no sólo son el resultado y no la causa del miedo a la reprobación: representan asmismo, una defensa contra este. Cumplen para ello la doble finalidad de inducir a los demás a reconfortar al sujeto y de trastocar el verdadero estado de las cosas; esto último lo consiguen distrayendo la atención de lo que es preciso encubrir, o manifestándose en forma tan exagerada que dejan de parecer sinceros.

Las autoacusaciones ofrecen cierto reconfortamiento pues levantann el autoaprecio del neurótico al demostrar que posee un juicio moral tan agudo, que se incrimina a sí mismo de faltas que otros pasan por alto, haciéndole sentirse de esta manera como una persona auténticamente admirable. También le brindan cierto alivio, ya que por lo general no tocan el real motivo del descontento consigo mismo, dejándole de esta suerte abierta una puerte secreta para la creencia de que después de todo no es tan malvado como parece. Una defensa directamente opuesta a la autoacusación pero que cumple idéntico propósito consiste en evitar toda crítica, estando siempre en lo cierto o siendo en todo perfecto; así no deja punto vulnerable alguno que aquella pudiese tomar como asidero para reprobarle. Donde prevalezca este tipo de protección, toda conducta, por más equivocada que esté se justificará con un fárrago de sofismas intelectuales, dignos del más hábil e inteligente de los abogados. Semjante actitud acaso llegue al punto de imponerle la ineludible necesidad de tener razón, aun en los más insignificantes y triviales pormenores. Otro recurso es el de refugiarse en la ignorancia, la enfermedad o la indefensión. El principio igual táctica adopta quien se siente y actúa como un niño juguetón e irresponsable al que nadie podría considerar seriamente. Esta táctica de sentirse víctima del mundo exterior se utiliza con tanta frecuencia y es mantenida tan tenazmente porque constituye el mecanismo de defensa más eficaz ya que permite al neurótico no solo rechazar todas las acusaciones sino culpar a los demás.

En realidad el neurótico se siente mortalmente asustado ante la perspectiva de tener que aceptar una transformación de sí mismoo y repele todo reconocimiento de esta imperiosa necesidad. Uno de los medios para disfrazar este reconocimiento radica en creer secretamente que autoacusándose podrá escurrir el bulto. Las autoacusaciones también pueden servir para eludir el riesgo de acusar a los otros. Las inhibiciones de las críticas y de las acusaciones contra los demás, que refuerzan fácilmente las tendencias a inculparse a sí mismos desempeñan un papel muy importante en las neurosis.

Cuando una relación está basada en autoridad queda velada toda crítica, pues no podía menos que socavarla. Puede ser prohibida manifiestamente, siendo la prohibición impuesta por el castigo; o bien, lo que es de mayor efectividad, ésta puede ser más bien tácita y administrada con fundamentos morales. Es bastante normal que este tipo de represión de la crítica se produzca entre padres e hijos. Cuando la presa explota ni los hijos saben hacerlo en los términos adecuados –por lo extraordinario de la situación- ni los padres pueden aceptar tal crítica sin sentirse culpables en demasía, y, por tanto, en disposición de cambiar. Por otro lado, si la crítica nunca es desvelada los hijos asintirán manifiestamente a las acciones de los padres y creará en su interior un sentimiento de culpabilidad porque se escandaliza a sí mismo de sus sentimientos más profundos. El niño comienza a desarrollar la tendencia a buscar defectos en sí mismo, en lugar de cotejar serenamente ambas partes y considerar la situación familiar con criterio objetivo. Dónde va a encontrarlo si en su infancia sus padres son la fuente que les permite situarse en el mundo.

Todas las personas tienen una tendencia espontánea a la autoafirmación. Si esta desaparece –por una de las causas expuestas antiormente- la inevitable consecuencia es el sentimiento de debilidad e indefensión. Aun cuando engañemos con éxito a nuestra conciencia, registramos con la precisión de un reloj si hemos rehuido una disputa por temor o por prudencia; si hemos aceptado una acusación por debilidad o por nuestra sentido de justicia. Para el neurótico tal verificación de su debilidad es una perpetua fuente de secreta cólera. Muchas depresiones comienzan después que el sujeto se ha visto incapaz de defender sus argumentos o de expresar una opinión crítica. La tendencia lógica es el aislamiento y el sometimiento a lo conocido. Cuando uno experimenta que el mundo exterior es hostil y se encuentra inerme ante él, debe parecer una verdadera osadía incurrir en cualquier riesgo, por leve que sea, de molestar a alguien. El neurótico siente este peligro con mucha mayor intensidad y cuanto más se base su sentimiento de seguridad en el afecto del prójimo, tanto más temerá perder ese cariño. Asimismo, acepta conscientemente o inconscientemente que los demás se hallan tan aterrorizados como él, que abrigan tanto pavor como él de ser descubiertos y criticados, y se inclina por consiguiente a tratarlos con la misma delicadeza con que quisiera que ellos lo trataran. Esto puede llevar a un lapso de desesperación si sus esfuerzos por ser amable y cosiderado no hallan respuesta inmediata, de modo que la carga de su subsconsciente decidirá si tales imputaciones se han de descargar de un modo explosivo, en una escena crítica o si perdurarán a lo largo del tiempo. Por cierto, el neurótico puede arrojar sobre los demás en una sola crisis cuanto ha acumulado siempre contra ellos, o bien extender sus inculpaciones poco a poco durante un periodo mayor. El neurótico puede conducirse de una manera acusadora si percibe que es o está a punto de ser desenmascarado y acusado. Se siente en una situación crítica y efectúa un contraataque como un animal cobarde por naturaleza que acomete al verse amenazado. Tales ataques siempre son exagerados y fantásticos. En lo más hondo de su ser el neurótico no cree siquiera en ellos ni espera que se los tome en serio, y es el primero en sorprenderse si los demás lo hacen: por ejemplo si entablan una discusión formal sobre él o se muestran heridos. La estrategia neurótica es precisamente soltar una cortina de humo sobre el verdadero problema. Hay que decir que las acusaciones no bastan para descargar todo el resentimiento acumulado del neurótico. A fin de lograrlo le es preciso apelar a vías indirectas, a medios que le permitan traducir su resentimiento sin percatarse de que lo hace. Una parte se libera inadvertidamente; la otra se desplaza de los individuos a quien en realidad concierne, hacia personas más o menos indiferentes –una mujer puede reprender a su criada cuando siente rencor hacia su marido- o bien se desplaza a señaladas circunstancias o al destino en general, o todavía más común, hacia las personas queridas ante el rencor de las ocasionales o cais desconocidas.

Si el temor a acusar no es demasiado intenso el sufrimiento podrá desmotrarse dramáticamente con actitudes del tipo: mirad como me haceis sufrir o cuánto sufro. Esta es una manera muy común de acusar, pues el sufrimiento las hacer parecer justificadas. También aquí se da una íntima vinculación con los métodos empleados para lograr el cariño ajeno, que ya ha sido examinado. El sufrimiento acusador sirve simultáneamente como una súplica de piedad y como una súplica de favores en reparación de los perjuicios sufridos. Cuanto mayor sea la inhibición de expresar acusaciones, tanto menos demostrativo será el sufrimiento, al punto que algunos neurótico nisiquiera hacen notar a los otros el hecho de que están sufriendo.

En definitiva, cuando un neurótico se acusa a sí mismoo y denuncia sentimientos de culpabilidad de cualquier índole, la primer pregunta a plantear no debe ser: ¿de qué se siente realmente dolido?, sino más bien ¿qué funciones puede cumplir en él esta actitud de autoacusación? Las principales funciones como hemos visto son: expresión de su temor a ser reprobado; defensa contra este temor; defensa contra el impulso de acusar a los demás. Cuando esta pregunta está respondido el propio neurótico sabe qué es lo que en realidad le duele.

[El sentido de sufrimiento neurótico] Podría parecer que la disposición a recurrir al sufrimiento y a rehuir el dominio activo de la vida surgiera de una tendencia subyacente que podríamos calificar como inclinación a hacerse a sí mismo más débil y no más fuerte, más desgraciado y más infeliz. Esto sería el problema del masoquismo. Sin embargo gran parte de los sufrimientos que ocurren en las neurosis nada tienen que ver con un deseo de sufrir; sólo son consecuencias inevitables de los conflictos existentes, padeciéndose tan simplemente como se padece luego de haberse roto una pierna. Otras formas de sufrimiento neurótico también han de entenderse de este modo, como aquella producida por la comprensión de la creciente discrepancia entre las capacidades del sujeto y sus realizaciones objetivas, pro el sentimiento de encontrarse desesperadamente preso en determinados dilemas, por la hipersensibilidad frente a las más leves ofensas, por el desprecio de sí mismo a causa de la neurosis. Lo que impresiona en el neurótico es su disponibilidad para el sufrimiento: consifue trocar circunstancias fortuitas en algo doloroso para él, de modo que ningún modo está dispuesto a renunciar al sufrimiento. El sufrir puede tener para él el valor de una defensa directa, y acaso sea la única manera que le permite protegerse contra los peligros inmimentes. Gracias a las autoacusaciones evitar se acusado y acusar a los demás; al aparentar que es un enfermo o un ignorante, elude los reproches; al rebajarse a sí mismo, aparta el riesgo de la competencia; por eso el sufrimiento que de tal modo se inflinge a sí mismo es un medio de defensa. Por otro lado la capacidad de establecer exigencias se hallaa muy afectada por su carencia de autoafirmación espontánea o por sus sentimientos básicos de indefensión. El resultado final de este dilema es que aguarda que los demás se hagan cargo de sus deseos. El neurótico impresiona como si todos sus actos se basaran en la convicción de que sus prójimos son responsables de su vida y que ha de inculparlos si las cosas no le van bien, idea contraria a su otra convicción de que nadie le concede nada. El sufrimiento y la indefensión devienen sus principales recursos para obtener cariño, ayuda, dominio sobre sí mismo, y a la vez evadir todas las exigencias que puedan imponerle. Al quedar reducido a la nada en su autoestimación, ya no funcionan las categorías de triunfo y fracaso, superioridad e inferioridad; al exagerar los dolores, hudirse en un sentimiento general de miseria y menosprecio, la experiencia agraviante pierde parte de su realidad y el aguijón del dolor es embotado, narcotizado.

Los sentimientos masoquistas pueden definirse como una profunda sensación de insignificancia o de nadería, de ser como una hoja a merced del viento. Se manifiesta por la tendencia a la excesiva subordinación y por la exageración defensiva del dominio de sí mismo y de la reticencia a ceder a los impulsos; por dependencia del afecto y juicio ajenos, expresándose aquella por la desmesurada necesidad de cariño y ésta por el indomable temor a ser reprobado. Es un sentimiento de no tener nada que decir en su propia vida, abandonando a los otros la responsabilidad y las decisiones, de que tanto el bien como el mal vienen del exterior, de que uno se halla por completo desarmado frente al destino; lo cual se traduce negativamente por la sensación de inminentes desastres y positivamente por la esperanza de que suceda algún milagro, sin necesidad de mover ningún dedo. Qué consigue con esto el neurótico: el logro de la satisfacción por el hundimiento en la miseria, es decir, un caso de la tendencia dionisíaca a buscar el placer perdiéndose en algo mayor que el individuo, disolviendo la individualidad, liberándose a sí mismo, con todos sus dudas, conflictos, dolores, limitaciones y soledades. Hay muchas manifestaciones de esta tendencia: identificación con un personaje del que se ha leído algo, la felicidad de sentirse extraviado en las tinieblas o en las olas del mar, en el deseo de ser hipnotizado, inclinación al misticismo y al alcohol, sentimientos de irrealidad, desmesurada necesidad de dormir y en el atractivo de la enfermedad, la insania y la muerte. El placer que se persigue o alcanza mediante el abandono de la personal individualidad, mediante la debilidad y el sufrimiento pierde toda extrañeza. La cuestión es que el neurótico sólo raramente logra el olvido y el abandono y por tanto la satisfacción buscada debido a sus impulsos incompatibles: el neurótico tiende a sentirse a merced de la voluntad de todos, pero al mismo tiempo insiste en que el mundo se adapte a él. Desea ser inerme y amparado y al mismo tiempo insiste en bastarse a sí mismo y se considera omnipotente. El neurótico masoquista es totalmente incapaz de abandonarse a nada o a nadie, porque es incapaz de consagrar todas sus fuerzas al servicio de algo o de entregarse por entero al amor: puede abandonarse al sufrimiento, pero en este abandono es completamente pasivo y solo utiliza el sentimiento, el interés o la persona que causan sus sufrimientos como medios para perderse sólo por perderse y nada más que eso. No hay interrelación activa entre él mismo y los otros, sino únicamente una egocéntrica absorción en sus propios fines.

Un factor peculiar de nuestra cultura concurre a reforzar la angustia vinculada con las tendencias al olvida. La religión que brinda tal posibilidad ha perdido atractivo a la mayoría de la gente. No sólo carecemos de instrumentos culturales eficaces para lograr tal satisfacción, sino que su desarrollo se ve activamente contrarestado, dado que en una cultura individualista se espera que el individuo se defienda a sí mismo, sea independiente, se imponga y luche por sus objetivos. Como los cultos dionisíacos las prácticas masoquistas sexuales suministran olvido y abandono temporales, con relativamente escaso riesgo de perjudicarse. Pero las tendencias masoquistas no son fenómenos exclusivamente sexuales, no resultan de procesos biológicamente determinados, ni se originan en los conflictos de la personalidad. Su objetivo no es el sufrimiento: el neurótico no desea sufrir más que lo que todos lo deseamos. En la medida que cumple determinadas funciones, el sufrimiento neurótico no es lo que el sujeto quiere, sino el precio que se ve obligado a pagar y la satisfacción que persigue no es la de sufrir sino la de autoabandonarse.

[Cultura y neurosis] El criterio más certero para descubrir las neurosis es notar si el individuo se siente o no perturbado por sus conflictos, si puede afrontarlos y superarlos directamente. Las comprobaciones históricas y antropológicas no confirman que exista ima relación directa entre el nivel de cultura alcanzado y la supresión de las tendencias sexuales o agresivas. La vinculación no debe entablarse entre la magnitud de la supresión de los instintos y la magnitud de la cultura lograda, sino entre la cualidad de los conflictos individuales y la cualidad de las dificultades culturales. Muchas de nuestra dificultades inherentes a la cultura occidental se reflejan a modo de conflictos psíquicos en la vida de todo individuo, y al acumularse, pueden conducir a la formación de neurosis. El individuo aislado debe luchar con otros individuos del mismo grupo, preocuparse por superarlos y muchas veces apartarlos del camino. Cada uno es el competidor real o potencial de los demás. La competencia y la hostilidad potencial que esta encierra saturan factores predomiantes en los contactos sociales y saturan todas las relaciones humanas. La potencial tensión hostil entre los individuos contantemente engendra temor a la posible hostilidad de los demás, reforzado por el temor de que éstos se venguen de la propia hostilidad. No son únicamente los demás quienes nos valoran de acuerdo con el grado de nuestro éxito, también nuestra propia autoestima se ajusta a idéntico patrón. Bajo la presión de la ideología imperante, hasta la persona más normal se ve constreñida a sentirse valiosa cuando tiene éxito y a menospreciarse cuando fracasa.
El aislamiento emocional es difícil de soportar para cualquiera, pero se vuelve una verdadera calamidad cuando coincide con aprensiones e incertidumbres respecto de sí mismo. Esta situación provoca que el individuo normal obtenga una intensa necesidad de obtener cariño para aliviarse. El amor es sobrevalorado en nuestra cultura, pues responde en ella a una exigencia esencial, convirtiéndose en un verdadero fantasma –como el éxito- y lleva consigo la ilusión de que con él todos los problemas pueden resolverse. Intrínsecamente, el amor no es una ilusión pero lo hemos transformado en una ilusión al aguardar de él mucho más de lo que puede dar. El valor ideológico que prestamos al amor contribuye a encubrir los factores que engendran nuestra exagerada necesidad de obtenerlo. De este modo el individuo se encuentra preso en el dilema de requerir apreciable cantidad de afectoi y de tropezar con las más arduas dificultades al conseguirlo. Los mismos factores culturales que influyen en la personal normal, precipitándose en un autoaprecio vacilante, en la hostilidad potencial, en la aprensión, en el afán de competencia que implica temores, hostilidades y odios, en la exaltada necesidad de obtener relaciones personales satisfactorias, afecta al neurótico en grado más acentuado aún, produciendo en él consecuencias que son reproducciones intensificadas de las anteriores: aniquilamiento de la autoestima, destructividad, angustia, desmedido afán de competencia que acarrea mayor ansiedad e impulsos destructivos y desmesurada necesidad de lograr cariño.

Las contradicciones son obvias: entre la competencia y el éxito, de un lado, y el amor fraterno y la humildad junto con la natural predisposición a la simpatía por otro. La segunda se produce entre la estimulación de nuestras necesidades y las frustraciones reales que sufrimos al cumplirlas. Por un lado se estimula al individuo hasta la irritación para que consuma o que siga la moda, y por otro se le dice que es libre e independiente. Las posibilidades de ser libres están de verdad muy limitadas. El individuo como resultado es una incesante fluctuación entre el sentimiento de ilimitado poderío para determinar su propio destino y el sentimiento de encontrarse totalmente inerme e indefenso, entre la exigencia de la originalidad y la exigencia de la normalidad. Estas condiciones radicalizadas son las que el neurótico trata de solucionar: las tendencias a la agresividad con los impulsos de condescendencia, sus excesivas demandas, con su temor de no poder lograr jamás nada; su afán de autoexaltación con su sentimiento de indefensión o mediocridad.



* El amor es idealizado normalmente por los neuróticos como el ámbito en el que todos sus conflictos serán neutralizados. Esto que es una creencia propia de nuestra cultura puede llegar a ser un gran problema para el neurótico. Los varones pueden llegar a sentirse intensamente perturbados –hasta impotentes- cuando se les ofrece amor. Pueden tener conciencia de su propia actitud defensiva, o bien sentirse inclinados a inculpar al compañero. En este sentido se hallan persuadidos de que jamás han encontrado una chica o un hombre que sean dignos de ser amados. Las relaciones sexuales representan para ellos no solo una liberación de tensiones específicas sexuales, sino también el único medio de entablar conexiones humanas. Si una persona se ha convencido de que es practicamente imposible obtener cariño, el contacto físico puede servirle como sucedáneo de los lazos afectivos. En tal caso la sexualidad se convierte en el principal, o acaso exclusivo puente hacia los demás, adquiriendo así una desmesurada importancia

DOSSIER 6. EL MALESTAR DE LA CULTURA de Freud

Textos fuentes

1. (El amor, fundamento de la cultura)

El hecho de que el hombre descubra que el amor sexual (genital) le otorgaba experiencia de satisfacción más intensa y que, de hecho, proporcionaba el máximo de felicidad, le podía haber sugerido la idea de que había de continuar buscando, en el terreno de las relaciones sexuales, la felicidad que podía darle la vida y que había de hacer del erotismo genital el punto central de su existéncia. Haciéndolo de esta manera, se ponía en peligrosaa dependéncia del mundo exterior, es decir, del objeto amoroso elegido, y que, así se exponía a los más intensos sufrimientos en caso de ser rechazado por aquel objeto.

2. (Otras clases de amor)

El amor totalmente sensual y el amor objetivo inhibido se extienden más allá de la família y se establecen nuevos vínculos con gente que hasta entonces eran extrañas. El amor genital originaba nuevas formaciones familiares, mientras que el objetivo inhibido trae la amistad, que es mucho más importante desde un punto de vista cultura, proque evita muchas de las limitaciones del amor genital, como, por ejemplo, su exclusividad.

3 (Límites de la vida sexual)

La tendencia por parte de la cultura, a restringir la vida sexual no es menos manifiesta que la otra tendencia, que también tiene, a extender la unidad cultura. En este aspecto la cultura se comporta respecto a la sexualidad como un pueblo o como lo hace una clase social que ha de extraer de la sexualidad. El miedo a una revolución de los elementos reprimidos la induce a adoptar rigurosas medidas de precaución. Un punto culminante de este proceso es representado por nuestra cultura occidental. Una comunidad cultural tiene todo el derecho, desde un punto de vista psicológico, de condenar, desde el inicio, manifiestaciones de la vida sexual infantil, porque no había manera de contener los deseos sexuales de los adultos si no se hubierse preparado el terreno durante la infancia.

4 (La antítesis entre cultura y sociedad)

Nos podemos imaginar perfectamente bien una comunidad cultural constituída por parejas de este tipo, las cuales, satisfechas libidinosamente en sí mismas, están unidas las unas con las otras con los vínculos del trabajo en común y el interés común. Si las cosas fuesen así, la cultura no habría extraído ninguna energía a la sexualidad. Pero este estado de cosas deseable no existe, y nunca ha existido. La realidad nos muestra que la cultura no se satisface con vínculos que hasta ahora le hemos otorgado. Pretende también unir libidinosamente, los unos con los otros, los miembros de una comunidad y, para conseguirlo, recurre a cualquier medio de que dispone. Favorece cualquier camino que procure una intensa identificación entre los miembros de una comunidad, y convoca tanta libido inhibida como puede para reforzar los vínculos comunitarios mediante relaciones de amistad. Para llevar a la práctica estos objetivos, ers inevitable limitar la vida sexual.

5 (La agresividad humana)

A la cultura le interesan todos los esfuerzos posibles para poner límites a los instintos agresivois del hombre y mantener controlada sus manifestaciones mediante formaciones reactivas psíquicas. De aquí el uso de métodos que se proponen estimular a la gente para identificarse con las relaciones amorosas de objetivos inhibidos. A pesar de todos los esfuerzos, estas intenciones de la cultura poca cosa han conseguido hasta ahora. La cultura tiene la esperanza de impedir ella sola los excesos más brutales de violencia reservándose el derecho a usar la violencia contra los criminales.

6 (La renuncia a la agresividad)

Si la cultura impone sacrificios tan importantes no solamente a la sexualidad, sino también a la agresividad humana, comprenderemos mejor porqué a el hombre le es difícil encontrar la felicidad en la cultura. De hecho el hombre primitivo lo tenía mejor, prque desconocía cualquier restricción al instinto. En cambio, las perspectivas de poder disfrutar mucho tiempo de esta felicidad son muy escasas. El hombre civilizado ha cambiado una parte de sus posibilidades de felicidades por la seguridad. No hemos de olvidar, sin embargo, que en la familia primitiva solo el jefe disfrutaba de aquella libertad de instintos: los otros vivían en una represión esclavizante. En este período primitivo de la cultura, el contraste entre una minoría que gozaba de las ventajas de la cultura y una mayoría que estaba privada de ellas llegaba a un grado extremo.

7 (Eros y thánatos)

Adopto el punto de vista de que la tendencia a la agresión es una disposición instintiva innata y autóctona del hombre, y vuelvo a afirmar que es el obstáculo más importante para la cultura. La cultura es un proceso especial que ha emprendido la humanidad al servicio de Eros que no pretende otra cosa que reunir en una gran unidad a los individuos aislados, las familias, los pueblos y las naciones. La cultura representa la lucha entre Eros y Thánatos, entre la pulsión de la vida y la destrucción, tal como se lleva a término en la especie humana. La vida no es en esencia más que esta lucha.

8 (La interiorización de la agresividad)

¿Por qué se vuelve inofensiva el deseo del individuo de agresividad? Su agresividad se interioriza, se remite al mismo lugar de donde había salido, es decir, se orienta contra el propio yo. Una parte del yo la enfrenta a la parte restante del superyo, la cual, en forma de conciencia moral, se dispone a ejercer sobre el yo la misma severa agresividad que había de satisfacer en otros individuos. La tensión entre el superyo severo y el yo que le está sometido lo llamamos sentimiento de culpabilidad: se manifiesta como una necesidad de castigo.

9 (Los instintos y el sentimiento de culpabilidad)

Originariamente, la renuncia a los instintos era resultado del miedo a la autoridad externa: se renunciaba a la propia satisfacción por no perder su aceptación. Si hemos llevado a término esta renuncia estamos en paz con la autoridad, y no nos queda ningún sentimiento de culpabilidad. Pero en cuanto al miedo al superyo, el caso es diferente: aunque se renuncie a los instintos hay un sentimiento de culpabilidad, y esto supone un gran inconveniente económico de la instauración del superyo o, también podemos decir, del origen de la conciencia moral. La renuncia a los instintos ya no tiene un efecto plenamente liberador: la virtud ya no es premiada con la seguridad de no perder la aceptación. Se ha cambiado una amenazadora desgracia externa -la pérdida del amor y el castigo por parte de la autoridad externa- por una desgracia interna, por la tensión del sentimiento de culpabilidad.

10 (El precio del progreso es la pérdida de la felicidad)

El sentimiento de culpabilidad es el problema más importante de la evolución de la cultura, y el precio que pagamos por el progreso cultural es la pérdida de la felicidad a causa del aumento del sentimiento de culpabilidad. Muchas veces este no es advertido como tal, y queda en buena parte inconsciente o se manifiesta por una insatisfacción, para la cual la gente busca otras motivaciones. Las religiones nunca han menospreciado el papel que el sentimiento de culpabilidad representa para la cultura. Incluso pretenden liberar a la humanidad de este sentimiento de culpabilidad.

11 (Resumen de vocabulario)

El superyo es una instancia psíquica que vigila las acciones y las intenciones del yo y las juzga, actuando como una censura. El sentimiento de culpabilidad es por eso el mismo que la severidad de la conciencia. El sentimiento de culpabilidad es la expresión inmediata del miedo ante la autoridad externa, un reconocimiento de la tensión entre el yo y esta autoridad. Es el producto directo del conflicto entre la necesidad de la aceptación de la autoridad y del impulso contra la satisfacción del instinto, la inhibición de la cual produce la tendencia a la agresión.

El remordimiento es un término general que designa la reacción del yo en un caso de sentimiento de culpabilidad.

12 (De la frustración sexual a la culpabilidad)

Cuando un impulso instintivo es reprimido, sus elementos libidinosos, se transforman en síntomas y sus componentes agresivos en sentimiento de culpabilidad.

13 (Procesos cultural y proceso individual)

En el proceso de desarrollo del individuo, se mantiene como objetivo principal el programa del principio del placer, que consiste en procurarse la satisfacción de la felicidad. La integración dentro de una comunidad parece una condición casi inevitable que se ha de cumplir para conseguir este objetivo de felicidad. Pero en el proceso de la cultura las cosas son diferentes. Aquí el objetivo más importante consiste en formar una unidad a partir de los individuos humanos. Es verdad que el objetivo de la felicidad aún se mantiene, perose desplaza a segundo término. Casi parece como si la creación de una gran comunidad humana se puede conseguir mejor si no tuviera en cuenta la felicidad del individuo.

14 (Consideraciones finales)

La cuestión decisiva para la especie humana me parece que es si, y hasta qué punto, su desarrollo cultural conseguirá dominar el tratorno de la vida en común provocado por los intintos humanos de agresión y de autodestrucción. Los hombres han llegado a un dominio tan acaparador de las fuerzas de la naturaleza que pueden llegar a extenuar su propia fuerza. Esto lo saben, y por ello ve una gran parte de su habitual malestar, de su infelicidad y de su angustia. Pero ahora hay que esperar que la otra de las dos potencias celestiales, el Eros, haga un esfuerzo para imponerse en su lucha con su adversario, también inmortal.